EN LA CUNA DE FRAY LEOPOLDO
IDEAL.ES
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Como cada 9 de febrero los granadinos cumpliremos con la tradición de visitar la cripta de Fray Leopoldo. Con este motivo @LaHemeroteca recuerda un artículo, publicado en su edición de papel del 9 de mayo de 2002, sobre las huellas del fraile en Alpandeire el pueblo malagueño que le vio nacer
A Fray Leopoldo, como si conocieran de antemano su vocación
religiosa, lo nacieron en el Alto Genal, un valle a medio camino de la
Costa del Sol y en plena Sierra de Ronda que cuando uno lo conoce cree
con fe rotunda que ha llegado al Paraíso. El valle mezcla las virtudes
de ambas zonas de tantos atractivos turísticos: temperaturas templadas,
montañas suaves y el color verde de sus campos, que en esta adelantada
primavera, muestra los frutos de sus olivos, de sus almendros y de sus
características encinas borrachas como la pérfida serpiente su bíblica
manzana: maduros, esplendorosos, tentadores.
A tenor de las lenguas que pueblan Alpandeire -317 exactamente, ni una más ni una menos-, quien luego se convertiría en Fray Leopoldo nació en Villa Fría, paraje a escasos cinco kilómetros del núcleo poblacional en dirección a la cercana y dominante Ronda, como así perciben a la monumental ciudad los habitantes de Alpandeire. Un simple cartel conmemora tal acontecimiento -metálico, oxidado, aperdigonado como resultas de disparos perdidos en los abundantes cotos de caza que contornean el valle-. Ilegible por una de sus caras, la forma de flecha del cartel lleva al visitante a detener su automóvil al filo de la carretera, por llamar de alguna forma al vial que comunica Alpandeire con la civilización.
Al asomarse, apenas se perciben los restos de un muro de piedra y una cabaña sin tejado en medio de la pequeña llanada que nace de entre las estribaciones serranas. No hay nada más. Si acaso el terrible silencio y la naturaleza, enseñoreada con su propia belleza. Cuesta creer entonces que el lugar de nacimiento de una persona que despierta tantas devociones en toda Andalucía y en España entera permanezca olvidado compartiendo el silencio del valle del Alto Genal.
Quizá por estas razones, la Junta de Andalucía ha decidido crear la denominada 'Ruta de Fray Leopoldo de Alpandeire'. El objetivo es múltiple. Al calor de la devoción de la gente se quiere potenciar el desarrollo económico en este valle -que incluye seis pequeñas localidades-, crear empleos para los lugareños, fomentar el turismo rural, arreglar las comunicaciones y de paso, conservar el patrimonio.
Un ejemplo. Tocado con una enorme boina vasca, uno de los hombres jóvenes del pueblo reflexiona que «lo de la Ruta de Fray Leopoldo será bueno si lo es para el pueblo». A continuación, se ofrece para enseñar el pueblo. Pero añade: «Yo soy ateo». Inmediatamente, una anciana le reprende: «No digas eso. No se puede ser ateo. Hay que ser cristiano, ni muy bueno-buenísimo ni tampoco hacia el otro lado».
Disquisiciones religiosas aparte, Raquel, la alcaldesa, desgrana su discurso sobre la recientemente creada Ruta de Fray Leopoldo. «Acaba de nacer y acaba de comenzar a promocionarse. De hecho, las llamadas al ayuntamiento que solicitan información han aumentado de forma considerable», explica. La alcaldesa, que en vez de llevar un portafolios recorre las empinadas calles de Alpandeire con una caja de herramientas en mano, está «muy agradecida» a la Junta de Andalucía, «porque nos ha financiado el proyecto con setenta millones de pesetas y ha declarado esta ruta de interés preferente».
Esto es, que los dineros llegarán antes a ellos que a proyectos similares, excepto la Ruta del Tempranillo y el Legado Andalusí. Con estos argumentos en mano -y los millones, claro-, Raquel concluye: «Es lo que necesita el pueblo y todo el Alto Genal, desarrollo sostenible para que los jóvenes no nos tengamos que bajar a trabajar a la Costa del Sol». Aunque este argumento puede ser compartido por cualquier alcalde de cualquier pequeña localidad andaluza, y de hecho así sucede, hay alguna pandita que otra (gentilicio de los nacidos en Alpandeire), que piensa que las necesidades más acuciantes del pueblo son otras.
«Mira -se explaya ante el visitante una anciana- aquí tenemos a Fray Leopoldo, una iglesia magnífica, una Semana Santa que tendrías que verla, con los tronos -como se llaman en Málaga para diferenciarse de la taimada Sevilla- que caracolean por las cuestas del pueblo+ pero el cura ya ha dado hasta su propio funeral. Es un salesiano viejo muy viejo que se nos va a morir. Pon, pon en el periódico que en Alpandeire queremos un párroco joven. Y a ver si nos lo traen». Hecho.
Los panditos son así, francos y directos. Expresan lo que piensan. Los mayores del lugar, que se reúnen a diario para la partida en el bar Serval, o se apostan bajo la sombra de grandes olivos a la vera del camino para ver pasar el tiempo, tienen inquietudes propias de espíritus sabios. Y quieren respuestas de su agrado. La alcaldesa lo confirma con un ejemplo. «El otro día murieron dos jóvenes abajo, en Málaga -se refiere a la fiesta celebrada en el polideportivo Martín Carpena de la capital, donde el consumo de éxtasis se llevó las vidas de dos personas-, y como la televisión no para de hablar del suceso+ pues quieren saber qué diablos es eso del éxtasis».
Raquel Mena pasa a explicar a continuación que una de las acciones de su ayuntamiento es tener informada a la población. Por esta razón, organiza unas dos veces por semana charlas sobre técnicas agrícolas, sobre subvenciones o sobre lo que sea. «Y en este caso -añade-, han sido los propios mayores los que me han pedido una charla sobre drogas, porque no tienen ni idea».
-¿Y qué les vas a contar?
-Les daré información. Y luego me he bajado a la Costa del Sol y he recogida unas cuantas muestras por aquí y por allá y se las voy a enseñar.
Dicho esto, invita al visitante a la charla -«será a las cinco y media, ahí en el edificio del Pósito»-, y desaparece con su caja de herramientas a cuestas no sin antes indicar dónde se encuentra la casa familiar de Fray Leopoldo, el de aquí, el de Alpandeire.
Como quiera que la casa familiar de Fray Leopoldo es una casa normal y corriente -salvado sea el capítulo de su religioso habitante-, pues resulta que también es -de momento- propiedad particular. Esta situación se traduce en que ni es un mausoleo, ni un museo y -tampoco de momento-, un lugar turístico o de peregrinación. Por lo tanto, si uno quiere adentrarse en los territorios que holló el fraile cuando niño no queda más remedio que llamar a la puerta de al lado, poner la mejor de las sonrisas y caerle en gracia al descendiente directo de Francisco Tomás Márquez Sánchez, nacido el 24 de junio de 1864, nombre bautismal de Fray Leopoldo.
Éste no es otro que Francisco Sánchez Márquez, hijo de la sobrina de Fray Leopoldo, quien además no tiene reparo alguno en mostrar la casa familiar «porque aquí no hay nada que ver», se justifica. «De hecho -añade- me gustaría venderla. Eso sí, me gustaría que se la quedara o la Iglesia o directamente los Capuchinos, para saber que se queda en buenas manos».
Las llaves de la casa de Fray Leopoldo se le escurren por unos dedos acostumbrados a azadas y a labores más propias del campo que a las tareas de modernos guías turísticos. Un vecino, que pasa por el lugar, se apresta a ayudarle. En este momento, los tres formamos ya una multitud para Alpandeire.
Una vez franqueado el portón se accede a un patio escueto desde el que se aprecia el cielo, hoy azulado. Es una casa de pueblo, blanca, bonita y vieja. Sin modernas comodidades y construida para albergar una familia de agricultores. Cuenta con sus cobertizos y su pozo de agua. Unas escaleras exteriores dan paso a las habitaciones emplazadas en el piso superior. «Aquí, salvo mi hijo que viene de vez en cuando a dormir, ya no vive nadie», explica Francisco Sánchez Márquez. Por eso, tan sólo dos habitaciones permanecen abiertas. Las demás están cerradas con candados. Una de ellas es el dormitorio. La otra un salón, con una gran chimenea que muestra flores de plástico, velas y retratos de Fray Leopoldo.
El día palidece y la tarde se hace presente con nubarrones negros. Los nietos de Francisco, que apenas tendrán catorce años entre los dos, vuelven del colegio. Acostumbrados a tener visitantes que quieren conocer la casa de Fray Leopoldo, se ríen como si fueran niños. Pero son niños que conocen la figura de su ancestro. Exactamente igual que Francisco Cortés García, un pandito de 86 años que conoció personalmente a Fray Leopoldo: «Era un niño como éstos, dice señalando a los dos chavales. Vino Fray Leopoldo a Alpandeire y lo vi por las calles, tan grande para mí, tan lleno de barbas y con aquel hábito negro Me dio tanto miedo que salí corriendo». Ver para creer.
A tenor de las lenguas que pueblan Alpandeire -317 exactamente, ni una más ni una menos-, quien luego se convertiría en Fray Leopoldo nació en Villa Fría, paraje a escasos cinco kilómetros del núcleo poblacional en dirección a la cercana y dominante Ronda, como así perciben a la monumental ciudad los habitantes de Alpandeire. Un simple cartel conmemora tal acontecimiento -metálico, oxidado, aperdigonado como resultas de disparos perdidos en los abundantes cotos de caza que contornean el valle-. Ilegible por una de sus caras, la forma de flecha del cartel lleva al visitante a detener su automóvil al filo de la carretera, por llamar de alguna forma al vial que comunica Alpandeire con la civilización.
Al asomarse, apenas se perciben los restos de un muro de piedra y una cabaña sin tejado en medio de la pequeña llanada que nace de entre las estribaciones serranas. No hay nada más. Si acaso el terrible silencio y la naturaleza, enseñoreada con su propia belleza. Cuesta creer entonces que el lugar de nacimiento de una persona que despierta tantas devociones en toda Andalucía y en España entera permanezca olvidado compartiendo el silencio del valle del Alto Genal.
Quizá por estas razones, la Junta de Andalucía ha decidido crear la denominada 'Ruta de Fray Leopoldo de Alpandeire'. El objetivo es múltiple. Al calor de la devoción de la gente se quiere potenciar el desarrollo económico en este valle -que incluye seis pequeñas localidades-, crear empleos para los lugareños, fomentar el turismo rural, arreglar las comunicaciones y de paso, conservar el patrimonio.
Cuchillo de palo
Tras dejar Villa Fría, el camino lleva al visitante a Alpandeire. La
localidad está gobernada por Raquel Mena, joven alcaldesa de Izquierda
Unida, quien de buenas a primeras reconoce que no comparte «ni
ideologías ni creencias» con los frailes, «que los alcaldes de
Alpandeire siempre hemos tenido muy malas relaciones con los Capuchinos
de Granada», y que «nos hemos dado cuenta muy tarde»¤de que se podría
explotar comercial y turísticamente el legado de Fray Leopoldo. Vamos,
que en casa del herrero Fray Leopoldo, cuchillo de palo de Izquierda
Unida.Un ejemplo. Tocado con una enorme boina vasca, uno de los hombres jóvenes del pueblo reflexiona que «lo de la Ruta de Fray Leopoldo será bueno si lo es para el pueblo». A continuación, se ofrece para enseñar el pueblo. Pero añade: «Yo soy ateo». Inmediatamente, una anciana le reprende: «No digas eso. No se puede ser ateo. Hay que ser cristiano, ni muy bueno-buenísimo ni tampoco hacia el otro lado».
Disquisiciones religiosas aparte, Raquel, la alcaldesa, desgrana su discurso sobre la recientemente creada Ruta de Fray Leopoldo. «Acaba de nacer y acaba de comenzar a promocionarse. De hecho, las llamadas al ayuntamiento que solicitan información han aumentado de forma considerable», explica. La alcaldesa, que en vez de llevar un portafolios recorre las empinadas calles de Alpandeire con una caja de herramientas en mano, está «muy agradecida» a la Junta de Andalucía, «porque nos ha financiado el proyecto con setenta millones de pesetas y ha declarado esta ruta de interés preferente».
Esto es, que los dineros llegarán antes a ellos que a proyectos similares, excepto la Ruta del Tempranillo y el Legado Andalusí. Con estos argumentos en mano -y los millones, claro-, Raquel concluye: «Es lo que necesita el pueblo y todo el Alto Genal, desarrollo sostenible para que los jóvenes no nos tengamos que bajar a trabajar a la Costa del Sol». Aunque este argumento puede ser compartido por cualquier alcalde de cualquier pequeña localidad andaluza, y de hecho así sucede, hay alguna pandita que otra (gentilicio de los nacidos en Alpandeire), que piensa que las necesidades más acuciantes del pueblo son otras.
«Mira -se explaya ante el visitante una anciana- aquí tenemos a Fray Leopoldo, una iglesia magnífica, una Semana Santa que tendrías que verla, con los tronos -como se llaman en Málaga para diferenciarse de la taimada Sevilla- que caracolean por las cuestas del pueblo+ pero el cura ya ha dado hasta su propio funeral. Es un salesiano viejo muy viejo que se nos va a morir. Pon, pon en el periódico que en Alpandeire queremos un párroco joven. Y a ver si nos lo traen». Hecho.
Los panditos son así, francos y directos. Expresan lo que piensan. Los mayores del lugar, que se reúnen a diario para la partida en el bar Serval, o se apostan bajo la sombra de grandes olivos a la vera del camino para ver pasar el tiempo, tienen inquietudes propias de espíritus sabios. Y quieren respuestas de su agrado. La alcaldesa lo confirma con un ejemplo. «El otro día murieron dos jóvenes abajo, en Málaga -se refiere a la fiesta celebrada en el polideportivo Martín Carpena de la capital, donde el consumo de éxtasis se llevó las vidas de dos personas-, y como la televisión no para de hablar del suceso+ pues quieren saber qué diablos es eso del éxtasis».
Raquel Mena pasa a explicar a continuación que una de las acciones de su ayuntamiento es tener informada a la población. Por esta razón, organiza unas dos veces por semana charlas sobre técnicas agrícolas, sobre subvenciones o sobre lo que sea. «Y en este caso -añade-, han sido los propios mayores los que me han pedido una charla sobre drogas, porque no tienen ni idea».
-¿Y qué les vas a contar?
-Les daré información. Y luego me he bajado a la Costa del Sol y he recogida unas cuantas muestras por aquí y por allá y se las voy a enseñar.
Dicho esto, invita al visitante a la charla -«será a las cinco y media, ahí en el edificio del Pósito»-, y desaparece con su caja de herramientas a cuestas no sin antes indicar dónde se encuentra la casa familiar de Fray Leopoldo, el de aquí, el de Alpandeire.
«No hay nada que ver»
La casa familiar de Fray Leopoldo está en la parte inferior del
pueblo, en una calle más ancha. Es blanca y presenta un portón de madera
imponente, con doble hoja. Tiene dos alturas, está convenientemente
encalada y en la entreplanta figura una placa de coloridos azulejos
-colocada por los Capuchinos-, que recuerda que fue la casa familiar del
fraile. También se aprecia el característico retrato de Fray Leopoldo
que con el tiempo y la devoción se ha convertido en un icono local del
siglo Los descendientes viven en la casa de al lado.Como quiera que la casa familiar de Fray Leopoldo es una casa normal y corriente -salvado sea el capítulo de su religioso habitante-, pues resulta que también es -de momento- propiedad particular. Esta situación se traduce en que ni es un mausoleo, ni un museo y -tampoco de momento-, un lugar turístico o de peregrinación. Por lo tanto, si uno quiere adentrarse en los territorios que holló el fraile cuando niño no queda más remedio que llamar a la puerta de al lado, poner la mejor de las sonrisas y caerle en gracia al descendiente directo de Francisco Tomás Márquez Sánchez, nacido el 24 de junio de 1864, nombre bautismal de Fray Leopoldo.
Éste no es otro que Francisco Sánchez Márquez, hijo de la sobrina de Fray Leopoldo, quien además no tiene reparo alguno en mostrar la casa familiar «porque aquí no hay nada que ver», se justifica. «De hecho -añade- me gustaría venderla. Eso sí, me gustaría que se la quedara o la Iglesia o directamente los Capuchinos, para saber que se queda en buenas manos».
Las llaves de la casa de Fray Leopoldo se le escurren por unos dedos acostumbrados a azadas y a labores más propias del campo que a las tareas de modernos guías turísticos. Un vecino, que pasa por el lugar, se apresta a ayudarle. En este momento, los tres formamos ya una multitud para Alpandeire.
Una vez franqueado el portón se accede a un patio escueto desde el que se aprecia el cielo, hoy azulado. Es una casa de pueblo, blanca, bonita y vieja. Sin modernas comodidades y construida para albergar una familia de agricultores. Cuenta con sus cobertizos y su pozo de agua. Unas escaleras exteriores dan paso a las habitaciones emplazadas en el piso superior. «Aquí, salvo mi hijo que viene de vez en cuando a dormir, ya no vive nadie», explica Francisco Sánchez Márquez. Por eso, tan sólo dos habitaciones permanecen abiertas. Las demás están cerradas con candados. Una de ellas es el dormitorio. La otra un salón, con una gran chimenea que muestra flores de plástico, velas y retratos de Fray Leopoldo.
La almohada de piedra
Francisco Sánchez Márquez explica que la chimenea se remodeló hace
poco -un 'hace poco' que sugiere al menos un par de decenas de años-. Y
es que este pequeño hecho encierra una gran anécdota: «Al pie de la
chimenea sobresalía una piedra blanca, que era la almohada que el niño
Fray Leopoldo utilizaba cual almohada para expiar sus pecadillos». Con
la remodelación, continúa, se cambió de lugar «porque tampoco queríamos
que se perdiera. Y ahora luce aquí -y señala la piedra, reubicada al pie
de la escalera del patio-, y aquí me parece que se va a quedar».El día palidece y la tarde se hace presente con nubarrones negros. Los nietos de Francisco, que apenas tendrán catorce años entre los dos, vuelven del colegio. Acostumbrados a tener visitantes que quieren conocer la casa de Fray Leopoldo, se ríen como si fueran niños. Pero son niños que conocen la figura de su ancestro. Exactamente igual que Francisco Cortés García, un pandito de 86 años que conoció personalmente a Fray Leopoldo: «Era un niño como éstos, dice señalando a los dos chavales. Vino Fray Leopoldo a Alpandeire y lo vi por las calles, tan grande para mí, tan lleno de barbas y con aquel hábito negro Me dio tanto miedo que salí corriendo». Ver para creer.
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