Era la mañana del martes 18 de noviembre de 1550 cuando los trabajadores que se encontraban en la parte más profunda de la mina notaron olor a humo. Tras buscar el origen, localizaron el fuego en la madera del sostenimiento del hurto de Fuera.
Avisado el gobernador de la Mina, Nicolás de Izaga, confirmó la gravedad del hecho y se dirigió al pueblo a pedir a alcaldes y vecinos que llevaran cántaros, calderas o cualquier otro recipiente llenos de agua para sofocar el incendio. Todo el pueblo acudió a la mina al sonido de las campanas que tocaban arrebato, y al mediodía se consideró extinguido el fuego. El gobernador recompensó a los que ayudaron con pan, longaniza y vino, quedándose algunos trabajadores para avisar si se reavivaba el fuego.
En la madrugada del día siguiente, el propio gobernador acompañado de un esclavo suyo recorrían de nuevo las calles de Almadén al grito de ¡Fuego en el Pozo!. Las campanas volvieron a sonar y la población acudió de nuevo en masa a sofocar el incendio, pero al mediodía se tuvieron que dar por vencidos al no poder soportar el intenso humo que salía de las galerías.
El gobernador llegó a ofrecer entonces hasta 150 ducados a quien lograse apagar el fuego y, como no, no faltaron los trabajadores temerarios que entraron a intentarlo. Muchos salieron fatigados y desmayados por el humo, pero a otros dos trabajadores, Diego de Buyza y Juan Fernandez Tirado, los sacaron sin habla de la mina. El primero estuvo inconsciente tres días y el otro no pudo recuperarse y murió. Se decidió entonces que la mejor solución era tapar las entradas a la mina, pozo y resolladero, y esperar. Según dijo el alcalde mayor del partido, bachiller Novoa del Vivero venido de Almagro a dirigir las actuaciones: “porque se tuvo por entendido e cierto que el humo que quedase dentro mataría el dicho fuego, no teniendo por do salir”. El sistema parecía estar dando buen resultado, cuando se produjo un hundimiento en la caña real, el acceso principal, lo que dejó definitivamente impedida la entrada a la mina. Aunque se siguió vertiendo agua por el boquete abierto, el fuego no se extinguió hasta pasados tres meses.
La reparación de la mina no pareció urgir. No fue hasta 1552, dos años más tarde, cuando Carlos I mandó recuperar la mina. En 1557 no se podía acceder aún a las labores más profundas.
Nunca se logró saber el origen del incendio, aunque un testigo relató que “fue por descuido y culpa y maliciosamente por quienquiera que se hizo, porque un candil que lleva cada hombre de los que entran en el pozo, no se podía hazer ni pegar tan grande fuego” aunque otro asegura que en la época aún se usaban otros métodos de iluminación más peligrosos, que producían frecuentes conatos de incendios:“Algunos de los que trabajaban y para ver metían candiles y matojos, se descuidaban a veces, especialmente algunos muchachos que entendían en meter piquetas y herramientas para los trabajadores, pues ponían los candiles y matojos sobre algún madero que en ocasiones se encendía, pero lo apagaban enseguida. Sin duda esta vez hubo descuido”.
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