Hay un olivar que sueña con el rugido de las máquinas, el
vuelo de los drones, los sistemas informatizados y los récord de
producción cosecha tras cosecha. Pero hay otro olivar que se emociona
con el canto de los pájaros, el zumbido de los insectos, las carreras de
animales y las sensaciones de trabajar en un bosque que rebosa vida.
Desde hace más de treinta años ese segundo olivar se viene imponiendo al
segundo. Ahora hace un año, sin embargo, echó a andar una experiencia
para reivindicar el bosque de olivos. Ecologistas y científicos de
SEO/BirdLife junto a sus socios de la Universidad de Jaén, la Diputación
de Jaén y la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC) aseguran que
ese modelo, Olivares Vivos lo llaman, también es rentable. Y están
dispuestos a demostrarlo.
Olivares Vivos ya está en marcha en veinte fincas de toda
Andalucía, muchas de ellas en Jaén. Se han elegido con criterios
técnicos para que reflejen la diversidad en la que crecen los olivos: el
montaña, en campiña, en olivares de cultivo más tradicional y en otros
más intensivos. Hay científicos de la Universidad de Jaén trabajando en
ellos. Están haciendo una 'foto' actual de la biodiversidad que hay en
cada finca. Exhaustiva. «Se trata de un trabajo muy serio. Aquí no
estamos hablando de poner un pajarito en las botellas de aceite. Hay una
base científica importante. Con mucho dinero invertido. Hablamos de
muchos euros mensuales invertidos en cada olivar en investigación»,
asegura José Eugenio Gutiérrez, de SEO/BirdLife. Política agraria europea
Se trata de tomar medidas en cada finca para conseguir que
vuelva la vida. En los años 80 y 90 la Política Agraria Común de la
Unión Europea incentivó la producción como dogma. Al calor de las
subvenciones, los olivareros se embarcaron en una febril competencia que
multiplicó las hectáreas de olivar. Que puso olivas donde nunca antes
se habían plantado. Y que consideró competencia a eliminar a todas las
demás especies vegetales. «Hay agricultores que se jactan desde entonces
de que tienen sus olivas como macetas», explica Gutiérrez. Olivares
prácticamente alicatados.
Sólo en lo que se refiere a aves, los seguimientos de
SEO/BirdLife desde finales de los 90 detectaron «un dramático descenso
en las poblaciones de especies emblemáticas del oriente andaluz».
Verderones, jilgueros, alzacolas o mochuelos desaparecieron del campo
jienense.
José Eugenio Gutiérrez apunta a que antes que a los pájaros
se echó en falta las hierbas y los matorrales, y a los insectos. Y
detrás de los pájaros se fueron los animales terrestres. Un ecosistema
construido durante siglos se fue al traste.
No solo se perdió fauna y flora. Se perdió suelo. Tierra
fértil que fue arrastrada y se perdió en el Guadalquivir. Que se sigue
perdiendo cada vez que llueve.
«Buena parte de la vida que tuvieron los olivares se ha
perdido, pero por suerte, en la mayoría de ellos recuperar biodiversidad
no será una tarea costosa (...) El hecho de que el olivo sea una
especie nativa y tenga detrás una historia milenaria de relaciones
ecológicas con las especies de flora y fauna del mediterráneo, facilita
la restauración de sus servicios ecosistémicos», apuntó Pedro Rey,
catedrático de Ecología de la Universidad de Jaén hace ahora un año,
cuando se presentó el proyecto Olivares vivos. Plantas autóctonas
En cada finca los expertos buscan los puntos no productivos:
lindes, taludes y padrones, arroyos, pendientes sin olivas ... Ahora
mismo están desnudos. Allí se están plantando especies autóctonas.
«Tomillos, romeros, jaras, lentiscos, encinas, pinos», indica María
Cano, de Seo Bird Life. Son plantas que pueden servir de refugio a la
fauna. Que tengan flores y que den fruto. Que vuelvan a poner en marcha
el ciclo de la vida.
Pero la mayor parte de la superficie las fincas están
ocupadas por las filas de olivos. Allí se están planteando cubiertas
vegetales. No dejar que la hierba y matojos crezcan a su antojo, sino la
plantación de semillas seleccionadas de especies que no compitan con el
olivar, que ayuden a fijar el suelo, a facilitar nutrientes y a
conservar la humedad.
Algunos de los agricultores implicados en el proyecto ya
parten con cierta ventaja. Emilio Morcillo pasea entre sus olivas en
Ardachel, una finca entre Torres y Siles. Una llanura entre montañas. A
su paso se espantan entre las hierbas los saltamontes. En sus olivas se
han llegado a ver ciervos y jabalíes, y es frecuente la presencia de
zorros, tejones, jinetas, topillos, lagartos y tres especies de
lagartijas, serpientes y otros bichos, como mantis. «Hace ya siete años
un grupo de siete agricultores formamos Oleai. Cuando vimos lo que
planteaba Olivares Vivos nos sumamos. Es lo mismo que ya veníamos
haciendo nosotros», explica. Él ya ha visto resultados ecológicos. «El
cambio es brutal», asegura.
Para el resto de participantes en Olivares Vivos las nuevas
plantas y cubiertas tendrán cuatro años para recuperar la vida animal en
los olivares. En 2019 los científicos de la UJA compararán la foto de
biodiversidad tomada al inicio del proyecto con la de ese año. Quienes
hayan cumplido los objetivos, podrán producir aceite con un sello de
calidad al quinto año. Una marca que acredita que se trata de un
producto que fomenta la biodiversidad.
«Partimos de que esta forma de trabajar tiene que ser
rentable para el agricultor. Que tenga un valor añadido que compense la
caída de producción que puede tener por adoptar esta nueva forma de
manejar su olivar», insiste desde SEO/BirdLife Gutiérrez. Sensibilidad y compromiso
«Nosotros empezamos a trabajar así por sensibilidad, por
compromiso. Pero hay que tener claro que al principio el cambio afecta a
la rentabilidad porque baja la producción. En nuestro caso fue más
acusado porque fuimos aprendiendo a base de nuestros errores. Luego la
producción se recupera cuando el árbol asimila los cambios», explica
Emilio Morcillo.
Él está ahora dedicado a la agricultura, pero hubo un tiempo
en el que soñó con ser médico (llegó a quinto curso en la facultad de
Medicina) y luego trabajó en terapias ocupacionales de psiquiatría en
varios lugares de España, hasta que regresó a Torres cuando sus padres
ya se pusieron mayores y estalló la crisis. En el grupo que formaron
Oleai hay también un ingeniero agrónomo, una bióloga y varios
agricultores de toda la vida.
Participando en Olivares Vivos hay olivareros de tanto
tronío y prestigio como los Vañó (la familia que produce Castillo de
Canena) o los Montávez (de Monva y otras marcas), que están a la
vanguardia del olivar en muchas parcelas.
Si cae la producción, ¿dónde está el negocio entonces? En el
sello que acredite al consumidor que tiene en las manos un producto que
fomenta la biodiversidad. «Es un valor añadido que se aprecia ya en
mercados como Holanda o Reino Unido», explica Gutiérrez.
«Olivares Vivos de nada servirá si los consumidores no
conocen perfectamente qué hay detrás de la marca», añadía en la
presentación Eva María Murgado, especialista en Marketing y Mercados del
aceite de oliva y miembro de otro de los grupos de investigación de la
Universidad de Jaén involucrados en este proyecto LIFE+. Su grupo debe
generar marca. La clave del éxito, pues ahí está la rentabilidad. El
olivar es un bosque vivo. Pero sobre todo es un cultivo. Un negocio. En
el que los pájaros pueden ser rentables.
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